lunes, 18 de marzo de 2013

Pensamientos al azar un día en la mañana

Son las siete de la mañana. Me tengo que levantar, se repite a si mismo Joaquín mientras yace boca arriba en su cama. Mira a su lado derecho y lo encuentra frío y vacío. Su mujer ha dormido una vez más en el otro cuarto. Joaquín cierra los ojos y permanece inmóvil por unos minutos, intentando evitar pensamientos. Y fracasa. Todo es culpa de los horarios, concluye.

Sentado en el borde de su cama repasa lo que le va a decir a Cifuentes. Deuda-propuesta-moto-acuerdo. Se pone de pie y abre la puerta del closet. Allí está su uniforme perfectamente planchado. Seguramente el desayuno también estará en el microondas, qué suerte. Por un momento siente la necesidad de arreglar todo. Se para en la ventana y respira profundo. ¡Que hermosa mañana! El tenue sol parece flotar con tranquilidad sobre un cielo azul que podría confundirse con el agua cristalina del océano en la madrugada. Un suave viento acaricia las hojas de los árboles mientras los pájaros cantan sobre sus ramas. Aún se puede sentir la frescura del rocío sobre el césped. Es una mañana perfecta de un día perfecto en el cual las señoras barren sus andenes y los niños salen a estudiar. Pero una parte de Joaquín encuentra repugnante esa perfección. Algo le dice que es sólo otra mañana más, otro día más para ir a los mismos lugares, hacer las mismas cosas y ver a las mismas personas.

Joaquín abre la puerta de su habitación y se dirige a la cocina.

- Hola.
- Hola – responde su mujer mientras le unta mantequilla a una rebanada de pan -. ¿Vas a desayunar?
- Sí, gracias. Pero voy a bañarme primero. ¿Para dónde vas?
- Para otra entrevista – contesta resignada mirando por la ventana de la cocina -. Estoy cansada. Esta es una empresa pequeña pero el horario me permite estudiar.
- Qué bueno. Ojalá te resulte.
- Sí. ¿Me puedes llevar?
- La moto la tiene Cifuentes. Me voy a ver con él a las nueve.
- Ah. Entonces es un hecho.
- Le voy a hacer la propuesta.
- Mañana es la cita con el médico.
- Ah, verdad. ¿A qué hora es?
- ¿Lo olvidaste?
- No, lo que pasa es que Delgado me pidió que le hiciera el turno de las seis.
- Lo olvidaste. Yo sé que tú no quieres hacerlo. De todas maneras yo voy a ir sola. Necesito comenzar ese tratamiento lo antes posible.
- ¿En serio crees que sirva de algo?
- Quizás. Es peor no hacer nada, ¿no?
- Por eso.
- Lo sé. Cuando vaya a pedir la próxima cita te llamo para que me digas tus horarios.

Entonces la mujer sale de la cocina, agarra su bolso, se retoca el cabello en el espejo de la entrada y abre la puerta. Se detiene, gira la cabeza y mira a Joaquín que permanece en la salida de la cocina.

- Tenemos que hablar.
- Lo sé.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Movimientos brownoideos

Ahora entiendo los movimientos brownoideos. Me tomó años entenderlos. Incluso después de estudiarlos, hacer analogías impensables y ganar el examen con una calificación sobresaliente.

Sea el individuo número uno una partícula aleatoria y el individuo número dos otra partícula aleatoria. Entiéndase individuo como el ser viviente con la capacidad de moverse (esto aplica tanto para una bacteria como para una ballena y dentro del rango) y entiéndase partícula como el objeto inerte de tamaño reducido (ejemplo: una piedrita). Cuando dos (o más) partículas inmersas en un fluido cuya proporción es considerablemente superior a la masa de éstas, son sometidas a una perturbación, llámese estrés, agitación u otra, que provoca un desplazamiento forzoso y aleatorio de las mismas, se dice que las partículas están experimentando un movimiento brownoideo.

Así me doy cuenta de lo partícula que he sido, que hemos sido. Yo te buscaba dormido y despierto, tenía la esperanza de encontrarte en alguna calle, en algún sueño, en una página al azar, en una canción de Billie Holiday o de Sinatra. Pero nunca te encontré y nunca entendí por qué porque nunca entendí los movimientos brownoideos. Ahora sé que no soy más que una partícula desplazándose, trazando líneas arbitrarias que se desvanecen poco a poco, inmersa en una burbuja gigante que se mueve, agitada y compleja, un fluido repugnante lleno de partículas aleatorias abriéndose paso en el día a día. Y en cada canción estás, en cada página estás, en cada calle estás y logro sentirte. Pero no volverás. Eres otra partícula en creación que se moviera como una musa, que se moviera como un halcón, bosquejando una línea paralela a la mía en algún lugar.

"Y es dulce decírtelo con las palabras que te fascinaban porque no creías que existieran fuera de los poemas, y que tuviéramos derecho a emplearlas. Dónde estarás, dónde estaremos desde hoy, dos puntos en un universo inexplicable, dos puntos que crean una línea, dos puntos que se alejan y se acercan arbitrariamente, pero no te explicaré eso que llaman movimientos brownoideos, por supuesto que no te los explicaré y sin embargo los dos, Maga, estamos componiendo una figura, vos un punto en alguna parte, yo otro en alguna parte, desplazándonos. Y poquito a poco vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido"*.

 *Fragmento tomado de Rayuela, cap. 34. Julio Cortázar, 1963.

jueves, 17 de enero de 2013

Historias de cronopios y de famas

Tomado de "Historias de cronopios y de famas" (Julio Cortázar, 1962)

La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las mismas casas de enfrente, del sucio tablero de ventanas de tiempo con su letrero "Hotel de Belgique".

Meter la cabeza como un toro desganado contra la masa transparente en cuyo centro tomamos café con leche y abrimos el diario para saber lo que ocurrió en cualquiera de los rincones del ladrillo de cristal. Negarse a que el acto delicado de girar el picaporte, ese acto por el cual todo podría transformarse, se cumpla con la fría eficacia de un reflejo cotidiano. Hasta luego, querida. Que te vaya bien.

Apretar una cucharita entre los dedos y sentir su latido de metal, su advertencia sospechosa. Cómo duele negar una cucharita, negar una puerta, negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria. Tanto más simple aceptar la fácil solicitud de la cuchara, emplearla para revolver el café.

Y no que esté mal si las cosas nos encuentran otra vez cada día y son las mismas. Que a nuestro lado haya la misma mujer, el mismo reloj, y que la novela abierta sobre la mesa eche a andar otra vez en la bicicleta de nuestros anteojos, ¿por qué estaría mal? Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza, del centro del ladrillo de cristal empujar hacia afuera, hacia lo otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan cerca del toro. Castigarse los ojos mirando eso que anda por el cielo y acepta taimadamente su nombre de nube, su réplica catalogada en la memoria. No creas que el teléfono va a darte los números que buscas. ¿Por qué te los daría? Solamente vendrá lo que tienes preparado y resuelto, el triste reflejo de tu esperanza, ese mono que se rasca sobre una mesa y tiembla de frío. Rómpele la cabeza a ese mono, corre desde el centro de la pared y ábrete paso. ¡Oh, cómo cantan en el piso de arriba! Hay un piso de arriba en esta casa, con otras gentes. Hay un piso de arriba donde vive gente que no sospecha su piso de abajo, y estamos todos en el ladrillo de cristal. Y si de pronto una polilla se para al borde de un lápiz y late como un fuego ceniciento, mírala, yo la estoy mirando, estoy palpando su corazón pequeñísimo, y la oigo, esa polilla resuena en la pasta de cristal congelado, no todo está perdido. Cuando abra la puerta y me asome a la escalera, sabré que abajo empieza la calle; no el molde ya aceptado, no las casas ya sabidas, no el hotel de enfrente; la calle, la viva floresta donde cada instante puede arrojarse sobre mi como una magnolia, donde las caras van a nacer cuando las mire, cuando avance un poco más, cuando con los codos y las pestañas y las uñas me rompa minuciosamente contra la pasta del ladrillo de cristal, y juegue mi vida mientras avanzo paso a paso para ir a comprar el diario de la esquina.