Son las siete de la mañana. Me tengo que levantar, se repite a si
mismo Joaquín mientras yace boca arriba en su cama. Mira a su lado derecho y lo encuentra frío y vacío. Su mujer ha dormido una vez más en el otro cuarto.
Joaquín cierra los ojos y permanece inmóvil por unos minutos, intentando evitar
pensamientos. Y fracasa. Todo es culpa de los horarios, concluye.
Sentado en el borde de su cama repasa lo que le va a decir a
Cifuentes. Deuda-propuesta-moto-acuerdo. Se pone de pie y abre la puerta del
closet. Allí está su uniforme perfectamente planchado. Seguramente el desayuno
también estará en el microondas, qué suerte. Por un momento siente la necesidad
de arreglar todo. Se para en la ventana y respira profundo. ¡Que hermosa
mañana! El tenue sol parece flotar con tranquilidad sobre un cielo azul que
podría confundirse con el agua cristalina del océano en la madrugada. Un suave
viento acaricia las hojas de los árboles mientras los pájaros cantan sobre sus
ramas. Aún se puede sentir la frescura del rocío sobre el césped. Es una mañana
perfecta de un día perfecto en el cual las señoras barren sus andenes y los
niños salen a estudiar. Pero una parte de Joaquín encuentra repugnante esa
perfección. Algo le dice que es sólo otra mañana más, otro día más para ir a
los mismos lugares, hacer las mismas cosas y ver a las mismas personas.
Joaquín abre la puerta de su habitación y se dirige a la cocina.
- Hola.
- Hola – responde su mujer mientras le unta
mantequilla a una rebanada de pan -. ¿Vas a desayunar?
- Sí, gracias. Pero voy a bañarme primero. ¿Para
dónde vas?
- Para otra entrevista – contesta resignada
mirando por la ventana de la cocina -. Estoy cansada. Esta es una empresa
pequeña pero el horario me permite estudiar.
- Qué bueno. Ojalá te resulte.
- Sí. ¿Me puedes llevar?
- La moto la tiene Cifuentes. Me voy a ver con él
a las nueve.
- Ah. Entonces es un hecho.
- Le voy a hacer la propuesta.
- Mañana es la cita con el médico.
- Ah, verdad. ¿A qué hora es?
- ¿Lo olvidaste?
- No, lo que pasa es que Delgado me pidió que le
hiciera el turno de las seis.
- Lo olvidaste. Yo sé que tú no quieres hacerlo.
De todas maneras yo voy a ir sola. Necesito comenzar ese tratamiento lo antes posible.
- ¿En serio crees que sirva de algo?
- Quizás. Es peor no hacer nada, ¿no?
- Por eso.
- Lo sé. Cuando vaya a pedir la próxima cita te llamo
para que me digas tus horarios.
Entonces la mujer sale de la cocina, agarra su bolso, se retoca el
cabello en el espejo de la entrada y abre la puerta. Se detiene, gira la cabeza
y mira a Joaquín que permanece en la salida de la cocina.
- Tenemos que hablar.
- Lo sé.