Las hojas de
los árboles son todas diferentes. Parecen iguales pero si uno mira bien las
ramas puede ver que cada una de ellas se bifurca de diversas maneras. Yo
siempre me detengo a mirarlas, tal vez porque me identifico con ellas, tal vez
porque soy una de ellas. Cada vez que miro un árbol veo cientos de seres
humanos colgando en sus copas, tan parecidos pero tan diferentes, con la misma
raíz, estructura, y composición, y aún así con diferencias; tan juntos y al
mismo tiempo tan distantes.
Y esto es
análogo para todos los seres vivientes que habitan este mundo, pero sobre todo
para el ser humano, quizás porque los demás no han llegado a ese nivel de
"evolución". No basta con compartir la misma cantidad de cromosomas.
No basta con ser del mismo color o ideología. No basta nada. Necesitamos
sentirnos diferentes, sentirnos mejores. Desde niños nos venden la idea de una
igualdad utópica que ingenuamente buscamos a toda costa. Y si uno mira las
etapas de la vida se da cuenta que al crecer se estrella con la realidad;
cuando somos niños intentamos desesperadamente encajar en nuestro grupo de
amigos, ser iguales a ellos, vestir igual a ellos. Nos da miedo ser diferentes.
Pero llega un punto en la adolescencia en el cual empezamos a encontrar
ridícula la idea de buscar esos patrones de comportamiento, nos sentimos
ridículos, no nos hallamos, quisiéramos vivir en una burbuja para que nadie nos
mirara ni nos hiciera preguntas. Y cuando crecemos la cosa cambia, entonces nos
horroriza la idea de ser iguales a los demás, porque para el ser humano ser
igual es ser menos que el otro.
No hay que
estudiar demasiado para llegar a este tipo de conclusiones. Simplemente basta
con mirar en wikipedia una mínima historia de la humanidad. La vida del
hombre en la tierra comenzó hace aproximadamente 50.000 años con
la aparición del Homo sapiens sapiens, quien según los
científicos es la especie que dio origen a los seres humanos,
cuyas características se fundamentan en la capacidad de aprovechar y
transmitir a sus descendientes la información cultural por medio de su
inteligencia. Desde nuestros orígenes nómadas, seguidos por la formación de
enormes civilizaciones sedentarias como las Subsaharianas, Fenicia, Siria,
Egipcia, China, Vikinga, Maya, y Greco-Romana, por nombrar algunas, pasando por
la edad media y el renacimiento hasta nuestra época contemporánea; se ha
observado un patrón de conducta similar en el ser humano: la desigualdad como
estructura organizacional. Y esto da origen a conceptos como la pobreza.
La desigualdad no necesariamente es sinónimo de pobreza, pero con el tiempo
se ha observado que la pobreza sí se origina a partir de la desigualdad. La
pobreza suele ser medida estableciendo una “línea” que define como pobres a
quienes queden por debajo de un determinado nivel de ingreso, considerado como
el mínimo necesario para el logro de una vida aceptable. Sin embargo,
desarrollos recientes la han acercado el término de exclusión. La pobreza es un
camino hacia la exclusión. En esta última se ven los problemas y sus causas más
en términos colectivos que individuales y se incorpora con más fuerza la noción
de derechos y ciudadanía, oportunidades y capacidades.
Como medidas de la pobreza se han empleado herramientas como el
indicador de necesidades básicas insatisfechas (NBI), que permite clasificar a
la población según acceso a servicios sanitarios, condiciones de la vivienda,
dependencia económica, inasistencia escolar y hacinamiento. Desde 1990 el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) utiliza el IDH
(Índice de Desarrollo Humano) como la principal herramienta para medir el
desarrollo humano. Este índice fue diseñado para registrar avances en tres
dimensiones fundamentales: vivir una vida larga y saludable (dimensión medida
por la esperanza de vida al nacer), la adquisición de conocimientos valiosos
para el individuo y la sociedad (dimensión medida por las tasas de
alfabetización y de matriculación escolar) y la disponibilidad de los ingresos
necesarios para mantener un nivel de vida digno (dimensión medida por el
producto interno bruto –PIB– per cápita ajustado por paridad del poder de
compra). Para cada una de esas tres dimensiones se calcula un índice, y el
promedio simple de los tres índices da como resultado el valor global del IDH.
¿Será que basta con un promedio para medir algo tan complejo? Por qué será
que somos tan ingenuos y creemos que los números lo explican todo. Mero
idealismo. Esto a lo sumo muestra que la igualdad absoluta no existe. Si se mira la
pobreza como un estado del individuo que se adquiere debido a diversos factores
del entorno y ciertas determinaciones del individuo mismo, podría surgir la
pregunta: ¿es la pobreza una imposición o una elección?. Uno notaría que en
cada meta, en cada objetivo del milenio planteado para reducir la pobreza hay
algo de complicidad con el “pobre”, hay cierto grado de resignación en éste. Es
difícil comprender cómo en un mundo completamente biodiverso, con recursos
apropiados y suficientes para la subsistencia de todos los seres que habitan en
él, existan personas viviendo en pobreza absoluta.
Pero no hace
falta estudiar política o economía para darse cuenta de esto, simplemente si
nos hacemos un autoexamen vamos a encontrar en cada uno de nosotros todas las
respuestas a la crisis internacional, la misma crisis social que ha existido
desde el hombre primitivo y se ha acentuado con el crecimiento de la especie.
Es la naturaleza humana la culpable, sólo que necesitamos buscar en vano esa
igualdad utópica. Somos hojas que se bifurcan diferente colgando del
mismo árbol. Pero en el fondo todos compartimos el mismo miedo, la misma
incertidumbre, la misma necesidad de búsqueda. Somos iguales en dos cosas:
colgamos del mismo árbol y todos caemos al son del viento en algún momento.
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