Este
cuarto nunca estuvo tan solo. Esta cama nunca estuvo tan fría. Este cuerpo
jamás se sintió tan vacío. Esta piel nunca fue tan extensa, tan marchita. No
logro hallar en el armario el rastro de la segunda persona. Sentado en la
oscuridad, mientras veo cómo crece desde la esquina un pequeño agujero, intento
bosquejar su figura, descifrar los trazos de su creación enfermiza, pero aún en
la negra y helada soledad no logro entrever la silueta de la segunda persona.
Me
pongo de pie y miro por la ventana. Ya la luna plateada en lo alto de la media
noche, ya el silencio profundo en los tejados. Todo se encuentra inmerso en un
sopor repugnante que domina el momento, una sola exhalación tibia y pegajosa
que se cuela por debajo y por encima de la puerta, por las ventanas y por cada
rendija de la casa. Ahora que mi cama se ha caído al abismo me queda sólo la
mitad de la habitación. Es inevitable. Respiro con tranquilidad y una bocanada
de aire caliente invade hasta el último átomo que compone mi cuerpo, trato de
percibir su perfume, algo que me de una pista, pero el aroma de la segunda
persona no llega a través de la ventana.
Poco
a poco se van cayendo al abismo todas las cosas de mi habitación. Primero la
cama, luego los zapatos, la mesa de noche, el ventilador, el armario. El hoyo
crece de manera proporcional al paso de la madrugada. Me queda ahora menos de
la mitad del cuarto para caminar, y es tan natural, es algo que ya he vivido,
estoy acostumbrado al abismo de mi habitación. Ya no trato de evitarlo,
simplemente me hago a un lado a medida que el agujero crece. Tal vez se
encuentra allí la segunda persona.
Soy
yo quien está en el fondo del abismo. Soy yo quien no logra encontrar la
segunda persona. Soy yo quien la necesita. Cuando todo se haya consumado en esta
habitación, cesará la angustia, terminaré por entender que no existe la segunda
persona, que nunca necesité más que un maldito reflejo de mi mismo, un alter
ego para a sentir que no soy el único, el único buscando algo, algo
inexplicable.
¿Quién se inventó la figura de la segunda
persona? Nadie debería necesitarla. Ojalá no tuviéramos sentimientos,
deberíamos ser instintivos, autosuficientes. Pero somos humanos, queremos algo
más, queremos amor y amistad, necesitamos convivir con una segunda persona, un
alter ego, un segundo “yo” ligeramente distinto
de nuestra personalidad original. Así es la condición humana. No dejo
de repetirme en vano que todo está en el cerebro, que allí se
originan los sueños, los deseos, las necesidades y las realidades. El recuerdo...
Todavía guardo en mi piel el aroma de tu
cuerpo. Tu mirada aún sigue clavada en mi mente junto a tus recuerdos, tu
manera de entender el mundo, nuestro pequeño mundo. ¿Por qué te has ido? ¿Dónde estarás? ¿A qué te dedicas hoy? Yo te busco. Te busco en mis sueños y también despierto.
Te siento. Te siento en el viento y en la lluvia, en el sol y en la luna. Pero
te has ido sin regreso y así tiene que ser. Es inevitable. Te has ido y me has
dejado un vacío que no logro llenar. No encuentro en otro cuerpo la existencia
de una segunda persona.
Acorralado
en la esquina de mi cuarto intento recurrir a otros mecanismos. Me ahogo en
decepción. Necesito hacer algo para evitar caer al abismo, entonces pienso en
las posibilidades de la segunda persona. De forma: cabello largo o corto, preferiblemente
rizado aunque siempre es agradable acariciar uno liso, de color negro, rubio,
castaño, rojizo o incluso esos tonos y diseños excéntricos que se aplican
quienes se atreven. Silueta delgada o robusta. Estatura baja, media o alta. En
cuanto a raza o color de piel, sí que hay variedad así que me limitaré a todas
las opciones. Unos pies y manos bien cuidados son un plus. La manera de
sentarse. Sus movimientos. Su tono de voz. De fondo: el olor de una persona
dice mucho de su personalidad. Los ojos claros son hermosos e interesantes pero
unos ojos oscuros bien utilizados pueden ser mágicos. La mirada lo es todo. La
manera de hablar. Que sepa estar en silencio y que lo rompa en el momento
adecuado, para decir lo adecuado. Que tenga iniciativa. Que inspire admiración
y respeto. La naturalidad siempre es más bella. De descarte: que tenga
sensibilidad artística y buen gusto por el arte. Que no sea predecible. Que
esté lejos de la perfección física, emocional y personal. ¡Las posibilidades
son infinitas!
Ahora
necesito salir de aquí. Sé que hay alguien esperando en la puerta de entrada.
Me pongo de pie, camino pegado a la pared para no caer al vacío, abro con
decisión la puerta de mi habitación e inhalo profunda y plácidamente, como si
acabase de salir de una burbuja asfixiante. Salgo corriendo por el pasillo que
da a la sala, ansioso por ver quién está del otro lado. Intento
desesperadamente abrir la puerta, halo la perilla con todas mis fuerzas
mientras dos gruesas lágrimas resbalan sobre mis mejillas, mi corazón late a mil por hora, estoy empapado en sudor. Es inútil. Por más que lo intente no podré salir de
aquí. Entonces me lanzo al suelo con vehemencia palpando hacia afuera, posando
la mirada en la ranura inferior con la esperanza de ver algo, pero las huellas
de la segunda persona no aparecen tras la puerta. Regreso a mi habitación con
los primeros rayos del sol, pronto volveré a gritar en silencio, pronto volverá
la incertidumbre, la necesidad, la expectativa. Ahora sólo puedo mirar sin
asombro desde el precipicio. Todo se ha ido al abismo.
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