jueves, 27 de septiembre de 2012

La figura de la segunda persona


Este cuarto nunca estuvo tan solo. Esta cama nunca estuvo tan fría. Este cuerpo jamás se sintió tan vacío. Esta piel nunca fue tan extensa, tan marchita. No logro hallar en el armario el rastro de la segunda persona. Sentado en la oscuridad, mientras veo cómo crece desde la esquina un pequeño agujero, intento bosquejar su figura, descifrar los trazos de su creación enfermiza, pero aún en la negra y helada soledad no logro entrever la silueta de la segunda persona.

Me pongo de pie y miro por la ventana. Ya la luna plateada en lo alto de la media noche, ya el silencio profundo en los tejados. Todo se encuentra inmerso en un sopor repugnante que domina el momento, una sola exhalación tibia y pegajosa que se cuela por debajo y por encima de la puerta, por las ventanas y por cada rendija de la casa. Ahora que mi cama se ha caído al abismo me queda sólo la mitad de la habitación. Es inevitable. Respiro con tranquilidad y una bocanada de aire caliente invade hasta el último átomo que compone mi cuerpo, trato de percibir su perfume, algo que me de una pista, pero el aroma de la segunda persona no llega a través de la ventana.

Poco a poco se van cayendo al abismo todas las cosas de mi habitación. Primero la cama, luego los zapatos, la mesa de noche, el ventilador, el armario. El hoyo crece de manera proporcional al paso de la madrugada. Me queda ahora menos de la mitad del cuarto para caminar, y es tan natural, es algo que ya he vivido, estoy acostumbrado al abismo de mi habitación. Ya no trato de evitarlo, simplemente me hago a un lado a medida que el agujero crece. Tal vez se encuentra allí la segunda persona.

Soy yo quien está en el fondo del abismo. Soy yo quien no logra encontrar la segunda persona. Soy yo quien la necesita. Cuando todo se haya consumado en esta habitación, cesará la angustia, terminaré por entender que no existe la segunda persona, que nunca necesité más que un maldito reflejo de mi mismo, un alter ego para a sentir que no soy el único, el único buscando algo, algo inexplicable.

¿Quién se inventó la figura de la segunda persona? Nadie debería necesitarla. Ojalá no tuviéramos sentimientos, deberíamos ser instintivos, autosuficientes. Pero somos humanos, queremos algo más, queremos amor y amistad, necesitamos convivir con una segunda persona, un alter ego, un segundo “yo” ligeramente distinto de nuestra personalidad original. Así es la condición humana. No dejo de repetirme en vano que todo está en el cerebro, que allí se originan los sueños, los deseos, las necesidades y las realidades. El recuerdo...

Todavía guardo en mi piel el aroma de tu cuerpo. Tu mirada aún sigue clavada en mi mente junto a tus recuerdos, tu manera de entender el mundo, nuestro pequeño mundo. ¿Por qué te has ido? ¿Dónde estarás? ¿A qué te dedicas hoy? Yo te busco. Te busco en mis sueños y también despierto. Te siento. Te siento en el viento y en la lluvia, en el sol y en la luna. Pero te has ido sin regreso y así tiene que ser. Es inevitable. Te has ido y me has dejado un vacío que no logro llenar. No encuentro en otro cuerpo la existencia de una segunda persona.

Acorralado en la esquina de mi cuarto intento recurrir a otros mecanismos. Me ahogo en decepción. Necesito hacer algo para evitar caer al abismo, entonces pienso en las posibilidades de la segunda persona. De forma: cabello largo o corto, preferiblemente rizado aunque siempre es agradable acariciar uno liso, de color negro, rubio, castaño, rojizo o incluso esos tonos y diseños excéntricos que se aplican quienes se atreven. Silueta delgada o robusta. Estatura baja, media o alta. En cuanto a raza o color de piel, sí que hay variedad así que me limitaré a todas las opciones. Unos pies y manos bien cuidados son un plus. La manera de sentarse. Sus movimientos. Su tono de voz. De fondo: el olor de una persona dice mucho de su personalidad. Los ojos claros son hermosos e interesantes pero unos ojos oscuros bien utilizados pueden ser mágicos. La mirada lo es todo. La manera de hablar. Que sepa estar en silencio y que lo rompa en el momento adecuado, para decir lo adecuado. Que tenga iniciativa. Que inspire admiración y respeto. La naturalidad siempre es más bella. De descarte: que tenga sensibilidad artística y buen gusto por el arte. Que no sea predecible. Que esté lejos de la perfección física, emocional y personal. ¡Las posibilidades son infinitas!

Ahora necesito salir de aquí. Sé que hay alguien esperando en la puerta de entrada. Me pongo de pie, camino pegado a la pared para no caer al vacío, abro con decisión la puerta de mi habitación e inhalo profunda y plácidamente, como si acabase de salir de una burbuja asfixiante. Salgo corriendo por el pasillo que da a la sala, ansioso por ver quién está del otro lado. Intento desesperadamente abrir la puerta, halo la perilla con todas mis fuerzas mientras dos gruesas lágrimas resbalan sobre mis mejillas,  mi corazón late a mil por hora, estoy empapado en sudor. Es inútil. Por más que lo intente no podré salir de aquí. Entonces me lanzo al suelo con vehemencia palpando hacia afuera, posando la mirada en la ranura inferior con la esperanza de ver algo, pero las huellas de la segunda persona no aparecen tras la puerta. Regreso a mi habitación con los primeros rayos del sol, pronto volveré a gritar en silencio, pronto volverá la incertidumbre, la necesidad, la expectativa. Ahora sólo puedo mirar sin asombro desde el precipicio. Todo se ha ido al abismo.

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