domingo, 19 de febrero de 2012

Hojas en blanco, hojas al viento

Es claro, el mayor reto de un escritor es enfrentarse a la hoja en blanco, así como el de todo inventor o creador. Qué difícil es vencer la barrera de la pereza, modificar el statu quo. Los seres humanos somos facilistas, mediocres por naturaleza. Nos da miedo asumir retos, cambios, situaciones que nos hagan sentir susceptibles. Obvio. Pero qué lindo es descubrir que, en medio de todo, hay gente que se atreve, que no se conforma con el simple hecho de subsistir, sino que intenta darle sentido al vacío de la existencia, y entonces escriben, dibujan, construyen, pintan, investigan, leen, componen: juegan. Me cuesta creer que Verne o Hemingway le temieran a la hoja en blanco, pero ellos también eran humanos, y sin embargo, se enfrentaban a ella, la dominaban, la vencían y hacían maravillas con ella. Qué tal si Verne no hubiera soñado con ir De la tierra a la luna, o Da vinci no se hubiera creído pájaro; podría quedarme toda la vida enumerando las obras de tantos seres extraordinarios que sin duda dejaron huella. Pero eso sería rayar en lo evidente. Se trata de darle color a la hoja en blanco, darle vida para que vuele y juegue y se integre al cosmos.

A mi también me da miedo enfrentarme a la hoja en blanco. Yo también me siento susceptible y hasta un poco tonto cuando mi mente se pone más blanca que la hoja. Pero como se trata de asumir retos, qué mejor manera de dar un nuevo comienzo que recordando las palabras de un maestro, alguien que cambió la historia de la literatura, a quien muchos llamaron irreverente y osado, pues fue más allá de lo obvio y le dio nuevos colores a la hoja en blanco, algunos los inventó, los mezcló y entonces los reinventó, creando una paleta de infinitas tonalidades y matices. Pero para hablar de Cortázar como se debe sería necesario crear otro blog, y no es el caso. Me limitaré a citar un fragmento del capítulo 73, el primero del segundo libro que compone, a mi criterio, la obra de arte más sublime de la historia. Juguemos entonces Rayuela.

"Todo es escritura, es decir fábula. ¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto? Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo. Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura, el amor, pura tura, la belleza, tura de turas."

En ese mismo capítulo Cortázar habla del napolitano de uno de los libros de Morelli que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo. Dice que por la noche lo juntaba y lo ponía debajo del colchón. El tornillo fue primero risa, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos, finalmente encogimiento de hombros, la paz, el tornillo fue la paz, nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz. Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Lo difícil sería creer que el tornillo era algo diferente a un tornillo, no que fuera un dios tornillo. Quizás el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo. Picasso toma un auto de juguete y lo convierte en el mentón de un cinocéfalo. A lo mejor el napolitano era el idiota que se queda mirando el objeto, pero también pudo ser el inventor de un mundo. Quizás el error estaba en creer que el tornillo era el dios y no el napolitano, aunque en últimas los dos hacían parte de un todo, pero en fin.

"Del tornillo a un ojo, de un ojo a una estrella... ¿Por qué entregarse a la gran costumbre? Se puede elegir la tura, la invención, es decir el tornillo o el auto de juguete". En últimas el tornillo es la hoja en blanco, y el napolitano sería como un Oscar Wilde, o algo así. Todos somos inventores, nos enfrentamos día a día a la hoja en blanco; el plato de cereal, la puerta del bus, el escritorio, el computador, el salón de clases, la cama, el televisor. Lo que cambia es el color de la hoja, el color que le damos. Somos parte de la hoja. Hacen falta más tipos como Verne, que trasciendan más allá de las barreras que nos impone la lógica. Por locos como ellos es que existen todas las cosas que nos rodean. Vale la pena inventar, crear, emprender nuevos proyectos, caer y volverse a levantar, vencer el miedo y la pereza, llenarse de dios y enfrentar las hojas en blanco, darles color, vida y espíritu, dejarlas volar para generar cambios (ojalá positivos), y después de dejarlas ir, ir por otras y volver a comenzar. Eso nos pasa por ser humanos y no osos o tarántulas, es nuestra responsabilidad.

Epílogo

Estimado lector, a partir de hoy usted encontrará en este espacio algunas reflexiones tan cotidianas como la vida misma. Una mezcolanza de temas que en su inmensa lejanía, se complementan. Es cuestión de que abra su mente y utilice la Consciencia creativa. De no ser así podría herir sus sentimientos. Si no está de acuerdo con alguno de los argumentos que aquí se exponen y quiere proponer de manera positiva, póngame una cita y lo discutimos al calor de un café. De lo contrario tenga la amabilidad de abandonar el recinto en completa calma.

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